Resumen
Este artículo forma parte del dossier Derechos humanos e historia.
La reciente propuesta de Stefan-Ludwig Hoffmann de centrar la historiografía de los derechos humanos en la década de 1990 es brillante y muestra que este campo intelectual todavía tiene lugar para los intrépidos. El pasado de los griegos o los judíos, de los cristianos de la época medieval o de los filósofos de la modernidad temprana, de los revolucionarios del ciclo atlántico o de los activistas contra la esclavitud, de los internacionalistas estadounidenses o de los castigados por el imperio ha sido tratado como una fuente insuficiente para la revolución de los derechos humanos contemporáneos en comparación con los disidentes de Europa Oriental que buscaban una estrategia pospolítica de resistencia, con los latinoamericanos exiliados que huían de los autoritarismos mortales, con personas comprometidas de países del Atlántico Norte ansiosas de formar compromisos morales y quedar con las manos limpias después de una larga guerra fría y mucha contrainsurgencia, y con un presidente estadounidense pionero en política exterior de derechos humanos. Pero Hoffmann sostiene que, incluso las décadas de 1970 y 1980, fueron otras épocas. Fue recién en la década de 1990, y no antes, que el movimiento de los derechos humanos realmente comenzó. A pesar de mi preocupación debido a que la innovación y la obsolescencia suelen ir a la par, el resto de esta elogiosa respuesta solo presentará un par de dudas sobre las propuestas de Hoffmann acerca de la innovación y la reconciliación.
Samuel Moyn es profesor de jurisprudencia Henry R. Luce en la Facultad de Derecho de Yale y profesor de historia en la Universidad de Yale.